martes, 7 de febrero de 2012

Quedarnos Mudos...

Mudos…

Viajar en el Metro, sobre todo el de Caracas resulta una experiencia llena de altibajos emocionales: en ocasiones agradeces que exista y en otras deseas no tener que subirte allí nunca más.
Hoy como he hecho últimamente, volví del trabajo en él. Conseguí sentarme en ambos trayectos (línea 1 y línea 2) porque la  cantidad de gente era extrañamente baja lo cual me permitió reencontrarme con el placer que representa ser transportada cómoda y rápidamente y verle nuevamente la cara a la gente que viaja conmigo.
Fue así como me di cuenta de que en una de las estaciones se subió un grupo de jóvenes, con buen aspecto y semblante, que no debían superar los 17 años de edad, vestidos algunos con uniforme de colegio (chemise y bluejean) y otros un poco mas deportivos, graciosos de cara y con la frescura que todos tenemos cuando se nos nota que somos queridos en nuestros hogares y que nuestros padres a pesar de no tener grandes recursos económicos hacen esfuerzos para que podamos tener buenas cosas.
Yo me bajé en la estación que era mi destino y ellos siguieron más hacia el Oeste (via zoológico) por lo que presumo que así como yo, no pertenecen a ninguna oligarquía, pero fuera de este detalle me llamó la atención algo particular: todos eran sordo mudos.

No eran esos chic@s con mirada triste que se saben apartados del mundo por la limitación que tienen…no, ellos se desenvolvían con alegría, caminaban por el vagón con seguridad, algunos tenían tatuajes, muñequeras, las chicas estaban medianamente maquilladas y peinadas a la moda, y en verdad contagiaban buena vibra.
Hace unos años, tuve la oportunidad de realizar labor social con la empresa en la que trabajaba en Socieven,  quienes trabajan con un sector de la población que despertó en mi no solo curiosidad sino emoción: niños sordo ciegos…
Realizan una labor estupenda, por lo menos en lo que tuve oportunidad de ver y no puedo imaginar yo que gracias a Dios poseo intactos mis sentidos, cómo puede una madre seguir adelante sabiendo que sus hijos, algunos desde pequeños, no puedan escuchar ni ver…en consecuencia muchos de ellos tampoco hablaban.
Es realmente digno de admirar tanto de ellas como de sus pequeños que sin detenerse tratan de surgir en la sociedad.
También en mi adolescencia conocí a hermanos, primos ó amigos de mis amigos que utilizaban el lenguaje de señas así que me interesé en aprenderlo, aunque honestamente lo poco que recuerdo hoy es el abecedario.

Por eso encontrarme hoy con este grupo de chamos en lugar de entristecerme o inspirar “lastima” me alegró el trayecto.
Bromeaban, reían, así que me sentí como cuando viajas entre  turistas que “hablan” en su propio idioma que en este caso no era el español y más o menos los entendía.
Entre ellos había una pareja de noviecitos que al parecer discutían sobre algo que les había sucedido y ella estaba bastante molesta y aunque no se le notaba en su cara, sí en la manera de expresarlo al chico. El resto del grupo en algún momento los dejó solos para que aclararan sus diferencias y al final ella, luego de aceptar las explicaciones que entendí él le dio, lo abrazó y así finalmente el resto del grupo se reunió con ellos.
Todo esto pasó en frente de mi, por lo que fui testigo de algo que fue lo que finalmente me inspiró a escribir estas líneas: mientras la pareja de chamos, hablaban entre ellos, mientras los amigos bromeaban en su idioma, todos se veían atentos, no solo a las manos sino también a los ojos.
Lógicamente no había gritos, solo miradas que prácticamente hablaban por ellos y nos les permitía perder detalle de lo que se estaban diciendo.
Ni siquiera se interrumpían con sus señas…respetaban su turno para participar.
Y pensé al verlos: quizás en este país, en nuestras casas, en la calle, en nuestros trabajos, en nuestras relaciones, hay momentos en los que deberíamos callarnos y observarnos más.
Callarnos, interpretar sin predisposición los silencios, escuchar, mirarnos, leernos…
Quien sabe, quizas cuanta falta nos hace quedarnos mudos un momento para que otros puedan hablarnos y no interrumpirnos entre todos y aunque a veces, no siempre al principio nos escuchemos, finalmente entendernos.
Ese, es ciertamente, el lenguaje más difícil de aprender...